Juan Antonio Martín, sobre las relaciones: “Es más cosa de genética, si fueras constante y una estrategia que se adapta a su ritmo de vida”

Juan Antonio Martín, sobre las relaciones: “Es más cosa de genética, si fueras constante y una estrategia que se adapta a su ritmo de vida”

En una mesa esquinera de un café de Triana, Juan Antonio Martín observa cómo una pareja discute bajito, con ese tono de “no quiero pelear, pero no me siento visto”, mientras él revuelve el azúcar sin prisa y anota algo en una libreta negra. Me dice que casi todo se decide en el ritmo: quién madruga, quién rinde por la noche, quién necesita contacto y quién necesita aire, y cómo esas diferencias se alinean o chocan cuando la vida entra a tirones. Me habla de genética sin solemnidad, como quien habla del color de los ojos: predisposiciones que inclinan, no condenas que aprietan, y de un método sencillo para no naufragar cuando el calendario nos come. Levanta la vista, sonríe pequeño, y suelta la frase que abre el melón. Una frase que descoloca.

Química, herencia y hábito: el triángulo que nadie te explicó

Juan Antonio Martín insiste en que el mito de la media naranja nos hizo perezosos: esperamos química infinita y nos olvidamos del engrase diario. Describe las relaciones como una danza en tres capas: una base biológica que marca sensibilidad al estrés y al apego, un ambiente que nos enseña cómo pedir y dar, y un set de microhábitos que decide el clima de cada semana. Lo cuenta con imágenes terrenales: dos relojes que hay que sincronizar sin romper ninguno.

La historia de Paula y Marcos le sirve de brújula. Ella, sanitaria de turnos partidos; él, desarrollador nocturno que entra en flujo cuando la ciudad duerme. Durante meses, cada gesto se malinterpretó: ella quería hablar al llegar, él necesitaba silencio para aterrizar. Juan les propuso ajustar ventanas de encuentro y rituales breves, no largas terapias imposibles entre guardias. Tres semanas después, el tono cambió: menos reproches, más precisión. No habría película de domingo, pero sí un desayuno largo cada jueves.

La idea de “genética” no suena a destino en su boca. Habla de predisposiciones que afectan la tolerancia a la novedad, la tendencia a la ansiedad o la facilidad para regular la emoción, y de cómo esas cartas se juegan mejor cuando se conocen. No hay varita, hay mapa. Y en ese mapa entra la constancia mínima viable: pequeñas repeticiones que no ahogan y que, con el tiempo, cambian el paisaje de una pareja. La promesa no es la perfección, es un margen de maniobra.

Constancia sin heroicidades: el método que cabe en tu semana

Su propuesta suena humilde y práctica: la regla 15–5–1. Quince minutos diarios de presencia sin pantallas ni multitarea, cinco microdetalles al mes que digan “te veo” (un audio espontáneo, una nota en la nevera, una playlist), y una cita de una hora larga cada cuatro semanas, adaptada al cronotipo de ambos. Nada épico, todo replicable. El truco, dice, es pactar la hora donde ambos rinden: alondra y búho pueden encontrarse al atardecer.

Los errores se repiten. Queremos grandes gestos y abandonamos cuando no alcanzamos ese listón que solo existe en Instagram. Nos contamos que “ya hablaremos el fin de semana”, y el fin de semana se llena de mandados. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Juan propone quitar peso: si un día no sale, no se acumula culpa; se reprograma como quien mueve una cita médica. Lo que mata el vínculo no es fallar, es dejar de intentarlo de forma amable.

Hay otro tropiezo común: confundir ritmo con capricho. No es lo mismo decir “no quiero” que decir “no puedo a esta hora porque mi cabeza está frita”. Nombrar la diferencia desactiva guerras pequeñas. Juan lo resume en una frase que le oí repetir en el café:

“Es más cosa de genética, si fueras constante y una estrategia que se adapta a su ritmo de vida”.

  • 15 minutos diarios de presencia real, preferiblemente en la franja donde ambos estén lúcidos.
  • 5 gestos mensuales de bajo coste emocional y alto significado.
  • 1 cita mensual que respete el cronotipo y las responsabilidades.
  • Lenguaje de ritmo: “ahora no puedo, a las 20:30 sí”.
  • Revisión trimestral: ¿qué nos funcionó, qué ajustamos?

Lo que no se elige también se cuida

Hay cosas que vienen dadas: el trabajo por turnos, la crianza, una ansiedad que amanece sin pedir permiso, esa forma personal de cansarse del ruido. Todos hemos vivido ese momento en el que el amor no alcanza para cuadrar el día. Juan no vende milagros: propone tolerancia a lo imperfecto y acuerdos muy concretos, casi logísticos, que contienen el caos. No suena romántico y quizá por eso funciona. Una pareja no es un proyecto de productividad, pero sí un sistema vivo que responde a pequeñas constantes. La biología no dicta el final; señala límites y oportunidades. El resto es escenario, ensayo y un poco de humor.

Punto clave Detalle Interés para el lector
Ritmo biológico Conocer el propio cronotipo y el del otro para pactar ventanas de conexión Reduce fricción y malentendidos cotidianos
Constancia mínima viable Regla 15–5–1, adaptable y sin heroicidades Fácil de aplicar en semanas reales con poco tiempo
Lenguaje de ritmo Nombrar disponibilidad y límites por franja horaria Evita peleas y pone claridad donde había ruido

FAQ :

  • ¿La genética decide si una relación funciona?No. Puede inclinar a ciertas respuestas emocionales, pero el entorno, los hábitos y los acuerdos pesan muchísimo en el día a día.
  • ¿Qué pasa si mi pareja y yo tenemos horarios opuestos?Se negocian ventanas de encuentro realistas, aunque sean breves, y se protegen como si fueran citas médicas. Mejor una constancia pequeña que promesas que no llegan.
  • ¿Cómo sé si soy “alondra” o “búho”?Observa dos semanas sin despertador: ¿cuándo rindes mejor, cuándo te sientes más sociable? A partir de ahí, pacta los momentos clave de contacto.
  • ¿Qué hago si siempre soy yo quien propone los 15–5–1?Pide coautoría, no obediencia. Propón un mes de prueba y una revisión conjunta: “¿qué te funcionó, qué te aburrió?”. La implicación nace cuando ambos diseñan.
  • ¿Y si no me salen los gestos espontáneos?Crea un “banco de ideas” en el móvil: frases, canciones, lugares baratos. La espontaneidad también se ensaya. No hace falta ser poeta.

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