Álex Téllez, profesor que eligió la enseñanza a conciencia, lo ve cada día: miradas bajas, miedo al error, elogios que no calan. La secundaria se ha llenado de chicos que saben más… y se creen menos.
El timbre suena en un instituto de barrio y el aire huele a rotulador y a lluvia seca en los abrigos. Téllez entra, deja la mochila en el suelo y escribe en grande: “¿Quién soy hoy?”. Un chico se recoloca la capucha, una alumna cierra la pestaña de un vídeo a medias, dos suspiros al fondo. Él hace una pausa rara, de esas que obligan a mirarse dentro, y pide a cada uno una palabra: “valiente”, “cansada”, “invisible”. Nadie se ríe. Allí empieza su clase de Lengua, sin corrientes de ansiedad, sin likes, con el reloj sin prisa. Dice que eligió este trabajo porque no quería olvidar a los que dudan. Algo no encaja.
“Se saben menos capaces”: el lunes que se repite
Téllez habla de un fenómeno que ve repetirse como una canción pegajosa: adolescentes que llegan a 1.º y 2.º de ESO con una autoestima más baja que la de los niños de 4.º o 5.º de Primaria de hace unos años. Lo nota en cómo se sientan, en cómo evitan levantar la mano, en cómo piden permiso para existir. Esta clase no va de notas, va de mirar hacia dentro, les recuerda, y aun así cuesta que se lo crean.
Una mañana, Lucía entregó un relato impecable… y lo tachó casi entero antes de dárselo al profe. “No es suficiente”, dijo. Otro día, Álvaro se negó a exponer: se sabía el tema, pero temía que su voz temblara. Téllez hizo un trato: exposición de tres frases y salir a dar una vuelta después. Salió regular, con silencios, con manos frías. Y fue una victoria redonda. Ese tipo de gesto, cuenta, vale más que un 9, porque abre una grieta por donde entra la luz.
¿Qué ha cambiado? La exposición continua, la comparación sin descanso, la identidad que se negocia a edades cada vez más tempranas. Las rúbricas que desmenuzan el progreso pueden ser un mapa o una trampa; cuando todo se mide, el “no llego” se instala. Las familias notan la presión y la trasladan sin querer. Y la escuela, con sus buenos propósitos, a veces corre demasiado. El resultado es una **autocrítica precoz** que desgasta antes de aprender.
Lo que sí funciona cuando la confianza se cae
En sus clases, Téllez usa rituales breves que anclan. Tres minutos iniciales para el “semáforo emocional”: verde, amarillo o rojo, solo con dedos. Un “minuto del error” donde él cuenta el suyo del día anterior y cómo lo arregló. Y un “portafolio de micrologros” con pruebas pequeñas de avance: una frase que salió mejor, una idea rescatada, una duda bien formulada. Parece poca cosa. En una semana, cambia el clima.
Otra clave es cómo se elogia. No vale el “muy bien” vacío. Funciona el elogio específico: “tu argumento mejora cuando usas este ejemplo”, “has pasado de dos líneas a cinco con coherencia”. También sirve enlentecer la clase para que el cuerpo alcance a la cabeza: dos minutos de lectura en silencio, respirar, mirar por la ventana. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Pero cuando ocurre, baja el ruido y sube el valor propio.
Cuando el aula se tensa, Téllez se sienta a su altura y baja el volumen. Desde ahí recuerda una idea que repite sin cansancio.
“La autoestima de los alumnos de ESO es ahora peor que la de Primaria de antes. No es culpa suya: es el contexto. Nuestro trabajo es devolverles el espejo sin distorsión.”
- Ritual breve al inicio: nombrar cómo llego.
- Elogio concreto, no genérico.
- Tiempo de silencio real: dos minutos cuentan.
- Una meta minúscula por día: **pequeñas victorias diarias**.
Lo que nos estamos jugando
No va de ser “blandos”, dice Téllez, sino de construir suelo. Sin autoestima, el esfuerzo se convierte en castigo. Con ella, la exigencia se acepta. Todos hemos vivido ese momento en el que una frase nos sostuvo cuando tambaleábamos. La secundaria, esa autopista ruidosa, necesita áreas de servicio donde parar, revisar y seguir.
Cuando una alumna confiesa “no valgo para esto”, no pide menos nivel, pide una cuerda. La asfixia no enseña a nadar. Y ojo: la autoestima no es un aplauso eterno, es saber dónde piso, qué puedo mejorar y con quién cuento. Si el aula es ese lugar, el resto del día pesa menos. Y el lunes deja de ser una amenaza.
La conversación no se cierra en la pizarra. Sigue en casa, en el pasillo, en el móvil, en los grupos. Familias, docentes, chicos: todos suelen ir con prisas y hambre de tiempo. Álex Téllez eligió la enseñanza para estar en ese cruce. No promete milagros. Promete presencia, método y paciencia. Y una certeza que contagia: la confianza también se aprende.
| Punto clave | Detalle | Interés para el lector |
|---|---|---|
| Autoestima en retirada | Alumnos de ESO dudan más de sí que niños de Primaria de antes | Entender por qué tu hijo o tus alumnos “se apagan” |
| Rituales que sostienen | Semáforo emocional, minuto del error, micrologros | Aplicar acciones simples con efecto inmediato |
| Feedback que construye | Elogio específico y metas pequeñas | Mejorar el rendimiento sin aumentar la presión |
FAQ :
- ¿Quién es Álex Téllez?Docente de Secundaria que eligió la enseñanza por vocación y trabaja la confianza como base del aprendizaje.
- ¿Qué quiere decir con que la autoestima ha bajado?Que más alumnos se perciben menos capaces, evitan el error y se comparan de forma continua, lo que frena su progreso.
- ¿Qué puede hacer una familia hoy mismo?Nombrar emociones sin dramatizar, elogiar lo concreto, pactar metas pequeñas y reducir la comparación entre hermanos o amigos.
- ¿Cómo se trabaja la autoestima sin bajar el nivel?Exigiendo con claridad y ofreciendo apoyos: instrucciones paso a paso, tiempo, ejemplos y feedback que oriente.
- ¿Algún recurso rápido para el aula?Ritual de entrada de 3 minutos, “minuto del error” del docente, y un portafolio de micrologros con evidencia semanal.









