A los 60, María Montero ha hecho de la madrugada un pacto consigo misma: 45 minutos en la elíptica antes de que la ciudad despierte. Su frase parece sencilla, pero detrás hay una decisión que se repite, día tras día, cuando nadie mira.
En el silencio, solo se oye el clic del interruptor y el murmullo de la cafetera. María se ata las zapatillas con un gesto tan automático como acariciar a su gato, que la mira sin sorpresa. La elíptica espera en el salón, junto a la ventana. Afuera aún hay farolas encendidas; adentro, una playlist que empieza con un tema que la despierta sin violencia.
Los primeros minutos son lentos, casi tímidos. Luego llega el ritmo, el balanceo de brazos, el sudor que cae sobre la toalla doblada con cuidado. “Tres cuartos de hora y a vivir”, dice sin grandilocuencias, como quien habla de tender la ropa. Hay algo hipnótico en esa constancia. Algo que engancha.
Y algo que explica por qué, a los 60, se siente más viva que a los 40.
La disciplina antes del sol
La frase de María suena a eslogan, pero es rutina. Se levanta a las cinco, bebe un vaso de agua, pulsa el play y arranca. No hay épica, hay hábito. Los días buenos, se nota fuerte desde el minuto diez. Los días flojos, “los hay”, dice, la salva el gesto repetido de balancear los brazos y contar respiraciones.
Un martes de lluvia, con una reunión a las ocho, recortó el calentamiento y mantuvo los 45 minutos. Otro día, con visita de sus nietos, lo adelantó a las 4:40 y terminó cuando clareaba. Dejó la ropa lista la noche anterior, el cargador del reloj a mano, la toalla preparada. Su truco es quitar decisiones del camino. El cuerpo obedece cuando la mente no discute.
La elíptica le permite impactar poco en las rodillas y mantener el pulso en zona media. Es un pacto amistoso con la edad. Mueve todo el cuerpo sin “castigar” ninguna parte. El cerebro se despierta con el mismo compás: música conocida, olores del café, la luz tenue del pasillo. La repetición no aburre cuando construye un lugar seguro.
La receta práctica de los 45 minutos
María divide su sesión en bloques simples: 5 minutos suaves, 10 a ritmo cómodo, 10 algo exigentes, 10 en los que sube la resistencia y aprieta los dientes, y 10 finales para bajar pulsaciones. Todo con cadencias que conoce de memoria. Si un día el cuerpo está pesado, reduce la resistencia pero no el tiempo. Así mantiene la promesa intacta.
Se hidrata con pequeños sorbos y evita mirar el reloj cada minuto. Mirarlo cada cinco canciones es su truco mental. Todos hemos vivido ese momento en el que parece que el minuto 17 no se acaba nunca. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Por eso acepta interrupciones sin culpa y vuelve al día siguiente como si nada. La continuidad no es perfección, es retorno.
Cuando le preguntan por la motivación, no habla de willpower ni de frases de póster. Habla de sentirse ligera al preparar el desayuno, de subir escaleras sin resoplar, de entrar a la ducha con la cabeza despejada.
“Cada día me levanto a las cinco y hago tres cuartos de hora en la elíptica. No por heroísmo, por paz.”
- Deja la ropa lista la noche anterior, junto a las zapatillas.
- Playlists de 45 minutos, ni uno más, ni uno menos.
- Toalla y agua a la derecha, móvil en modo avión.
- Una frase corta a la vista: “Hoy también cuenta”.
Lo que nos enseña esta constancia
Hay algo contagioso en verla moverse cuando la ciudad todavía bosteza. No es una historia de récords, es una historia de acuerdos íntimos. Cuando habla de edad, no suena a barricada, suena a cuidado. A veces termina y mira el amanecer desde la ventana con el pulso aún alto. Piensa en lo que viene, no en lo que pesa.
Quien lee puede imaginar su propia versión: tal vez no a las cinco, quizá a las siete, quizá caminar rápido con un podcast o bailar en el salón antes del trabajo. Lo que vibra ahí es el gesto de reservarse un rato que nadie te discute. Un pequeño territorio sin notificaciones. Un sí diario que no necesita aplausos.
La elíptica de María no es solo una máquina; es un recordatorio de que el cuerpo responde cuando lo tratan con paciencia. En esa constancia caben días flojos, cumpleaños, viajes y rodillas caprichosas. Caben ganas y pereza. Caben errores que no la tiran por la borda. Caben 60 años que no frenan, sino que afilan lo que importa.
| Punto clave | Detalle | Interés para el lector |
|---|---|---|
| Ventana temprana | Entrenar antes de que empiece el ruido del día | Menos excusas, más calma mental para lo que sigue |
| Baja carga articular | Elíptica para mover todo el cuerpo sin impacto fuerte | Alternativa amable si hay rodillas o espalda sensibles |
| Hábito simplificado | Ropa lista, playlist cerrada, horario fijo | Menos decisiones, más probabilidad de repetir |
FAQ :
- ¿Entrenar a las cinco es mejor que entrenar por la tarde?No es “mejor”, es distinto. A María le funciona porque libera el día y duerme temprano. Si tu energía está arriba a las seis de la tarde, úsala ahí.
- ¿Por qué elíptica y no correr o bicicleta?La elíptica combina brazos y piernas y cuida las articulaciones. Para mucha gente a partir de cierta edad, es una puerta de entrada cómoda.
- ¿Qué desayuna después?Algo sencillo que ya tiene pensado: fruta, proteína y agua. Si la mañana se complica, al menos no improvisa con prisas.
- ¿Cómo empezar si nunca he sido constante?Con 15 minutos durante una semana. Mismo lugar, misma hora, misma música. Luego subir de 5 en 5. La magia está en repetir sin épica.
- ¿Qué hace en los días sin ganas reales?Se permite un plan B: caminar 20 minutos o estirar. Lo importante es no romper el hilo. Vuelve al día siguiente a su guion habitual.









