José Abellán, cardiólogo, lo explica con una idea sencilla que cambia hábitos: el azúcar se porta como un termómetro con fiebre pasajera; el colesterol, como el calendario de todo un año. Y es en ese calendario donde se escriben los infartos.
La sala de espera huele a café reciente y gel hidroalcohólico. Un paciente hojea una revista de viajes mientras juega con un sobre de azúcar sin abrir, como si fuera un amuleto. Abellán sale de la consulta con una maqueta de arteria en la mano: una tubería transparente, con placas amarillentas pegadas a las paredes, quietas, tercas. “La glucosa sube, baja y engaña”, dice, “el colesterol se queda y deja huella”. Afuera, un Uber pita. Dentro, el monitor dibuja un electro silencioso. Hay gente que viene con un análisis perfecto después de una semana de dieta milagro. Hay otros que se confían por un azúcar en rango y un LDL que no miran. No es lo que crees.
Azúcar contra colesterol: dos relojes con tiempos distintos
El azúcar es nervioso. Cambia con la última cena, un mal sueño o una discusión en el trabajo. Un valor aislado de glucosa en ayunas puede parecer bonito y, aun así, esconder picos posprandiales que nunca quedaron escritos.
El colesterol, en especial el LDL y las partículas que lo transportan, es tozudo. Vive en el tiempo lento. Día tras día, año tras año, deposita material en las arterias como pintura que no se seca. Esa persistencia lo hace más fiable para medir el riesgo.
Todos hemos vivido ese momento en el que una analítica “limpia” calma de golpe una inquietud. El problema es que la glucosa perdona trucos de última hora. El colesterol no. El primero es una foto con filtro; el segundo, un documental sin cortes.
Ana, 42 años, sale a correr tres veces por semana. Su glucosa en ayunas marcaba 92 mg/dl y se sintió tranquila. Un mes después, un monitor continuo mostró picos de 180 mg/dl tras desayunos dulces. En paralelo, su LDL estaba en 155 mg/dl y la relación TG/HDL cojeaba. La foto cambió.
Otro caso: un hombre de 58 años con glucosa de 98 mg/dl, HbA1c de 5,4% y una vida sin sobresaltos. Su ApoB, en cambio, superaba 110 mg/dl. Un escáner de calcio coronario detectó puntitos blancos como estrellas en una radiografía nocturna. No había drama, sí ruta clara.
La lógica es obstinada. Las partículas aterogénicas (ApoB, LDL) viajan y penetran la pared arterial, se oxidan, llaman a los macrófagos y arman la placa. Eso no ocurre en un día ni con un pico aislado. Es acumulación. La glucosa, sin control crónico, aporta inflamación y modifica lípidos, sí, pero su lectura puntual falla como brújula.
El azúcar tiñe el cuadro general: aumenta triglicéridos, reduce HDL y promueve LDL pequeñas y densas. Aun así, el trazador más fiable del daño que cuaja es el colesterol aterogénico sostenido en el tiempo. De ahí que ApoB o el colesterol no-HDL sean mejores faros que la glucosa suelta.
Cómo medirte sin perderte: números que cuentan de verdad
Primer gesto: pedir un perfil lipídico completo con LDL-C, HDL-C, triglicéridos y cálculo de colesterol no-HDL. Si puedes, añade ApoB. Son tus placas de matrícula metabólica. Conviene repetir en condiciones parecidas, a la misma hora, y si vas en ayunas que sea de 10–12 horas.
Segundo paso: contexto. Cintura por encima de la mitad de tu altura, presión por encima de 130/80, triglicéridos por encima de 150, HDL bajo… señales de tráfico. Si el riesgo te inquieta o tienes antecedentes, valora un escáner de calcio coronario. Es una foto del cemento que ya está ahí.
Un truco práctico: calcula tu colesterol no-HDL restando HDL al total. Si está por encima de 130 mg/dl, toca actuar. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Por eso, fija una fecha en el calendario y repite patrón. Una rutina sencilla vale más que diez planes perfectos que no arrancan.
Errores que veo a menudo: creer que una glucosa normal te protege por sí sola. O fiarlo todo a suplementos sin tocar el plato, el sueño y los pasos del día. También obsesionarse con el HDL alto mientras el LDL crece a su aire. No necesitas mármol, sino constancia.
Otra trampa: bajar azúcar una semana antes de la analítica y cantar victoria. Los lípidos cuentan la historia completa. Un mes, tres meses, un año. Y esa historia pide paciencia y trabajo pequeño, repetido. Darte permiso para mejorar lento es más eficaz que bailar de dieta en dieta.
“El azúcar se mueve en horas; el colesterol que importa se acumula en años. Para medir riesgo cardíaco, confía en lo que persiste”, resume Abellán mientras golpea con el dedo la pared rígida de la maqueta.
- Objetivo de LDL: por debajo de 100 mg/dl si tu riesgo es bajo; por debajo de 70 mg/dl si tienes riesgo alto o diabetes.
- ApoB deseable: menor de 80 mg/dl en riesgo alto; menor de 90 mg/dl en riesgo moderado.
- No-HDL prudente: por debajo de 130 mg/dl (o 100 mg/dl si hay alto riesgo).
- Relación TG/HDL: idealmente menor de 2 (mg/dl), guía rápida de resistencia a la insulina.
- Presión arterial: mejor por debajo de 120/80 con vida real y sin obsesión.
Lo que cambia cuando entiendes el mapa
Cuando asumes que el azúcar es volátil y el colesterol es memoria, cambian tus decisiones pequeñas. Cierras la cocina un poco antes y cenas simple. Caminas veinte minutos tras el almuerzo para aplacar picos. Ajustas el desayuno hacia proteína, fruta entera y fibra, dejando el zumo para las fotos del domingo.
También revisas tu entrenamiento: tres sesiones de fuerza a la semana, dos de cardio que te dejen hablar sin jadear. No hace falta heroísmo. El sueño se vuelve prioridad porque en noches rotas el azúcar hace malabares y los triglicéridos se rebelan. El alcohol, ese viejo amigo simpático, se queda para menos días.
Lo otro es la conversación con el médico. Sin prisa, sin espectáculo. Con números que importan y un plan que no se rompe cuando te agobia la vida. Hay margen para estatinas, ezetimiba o iPCSK9 si lo necesitas, margen para dieta mediterránea con aceite de oliva, legumbres y pescado azul. Y margen para equivocarte y volver.
La idea de Abellán no es un eslogan, es una brújula. Azúcar y colesterol no son enemigos que pelean entre sí. Son señales distintas. Una te cuenta el presente inmediato; la otra, la historia que va quedando en las arterias y, a veces, se despierta un lunes a las 7 de la mañana. Queda abierta la pregunta que cada uno responde en su cocina y en su agenda: ¿qué puedo hacer esta semana para que mis números hablen de futuro y no de susto? La respuesta rara vez es épica. Es humilde. Y compartible.
| Punto clave | Detalle | Interés para el lector |
|---|---|---|
| Colesterol “persistente” | LDL, no-HDL y ApoB reflejan carga acumulada y riesgo real | Ayuda a priorizar pruebas y decisiones con impacto |
| Azúcar “volátil” | Glucosa aislada engaña; mejor ver patrones o HbA1c | Evita falsas seguridades por una analítica puntual |
| Plan accionable | Objetivos numéricos, hábitos simples, seguimiento periódico | Convierte datos en cambios sostenibles |
FAQ :
- ¿La glucosa no importa para el corazón?Importa, sobre todo si hay diabetes o prediabetes. Lo que sostiene Abellán es que, para estimar riesgo coronario global, el colesterol aterogénico es un marcador más estable y predictivo.
- ¿Qué diferencia hay entre LDL y ApoB?LDL-C mide colesterol dentro de LDL; ApoB cuenta cuántas partículas aterogénicas viajan (LDL, VLDL, IDL). Menos ApoB suele significar menos “balas” tocando la pared arterial.
- ¿Sirve el azúcar posprandial con monitor continuo?Puede destapar picos que no se ven en ayunas y es útil para hábitos diarios. Aun así, no sustituye a un perfil lipídico completo para evaluar riesgo de placa.
- ¿Y si tengo HDL muy alto?Un HDL alto no neutraliza un LDL elevado. Mira el conjunto: LDL, no-HDL, ApoB, presión, tabaquismo, antecedentes. El equilibrio manda.
- ¿Cuándo pedir un escáner de calcio?Si tu riesgo calculado es intermedio y hay dudas, o si tienes antecedentes familiares precoces. Un CAC >0 cambia la conversación; un CAC=0 da margen para ir con calma.









