El azúcar está en la lista de la compra, en los cafés de media mañana, en las salsas que “no parecen dulces”. A los 65, Raúl Moreno descubrió que esa cucharada inocente tenía un precio: noches inquietas, energía que caía en picado a media tarde, humor en montaña rusa. Hoy dice algo sencillo que sorprende por lo concreto: desde que dejó el azúcar, duerme mejor y los bajones se fueron como si alguien hubiera apagado un interruptor.
Raúl apoyó su bastón en la barra, pidió un café solo y sacó del bolsillo un paquete minúsculo de canela, como quien trae su propia llave de casa. La dueña le ofreció un cruasán “de esos finos”, él sonrió con educación y señaló la cesta de naranjas, casi pidiendo perdón: “Hoy, fruta”. No hubo gesto dramático ni discurso de mártir. Hubo calma, un ritmo distinto, algo que su cuerpo había aprendido a agradecer sin hacer ruido. Y no pidió postre.
Lo que cambió al sacar el azúcar del mapa
Raúl no buscaba una revolución. Quería dormir de un tirón y dejar de pelear con ese mal humor que le visitaba a las cinco de la tarde, justo cuando apagaba la tele. Lo que encontró fue más doméstico y más profundo: un descanso que llega antes, despertares menos bruscos y una mente que no se desploma después del almuerzo. Dice que ve venir el cansancio, sin golpe. Siente el día más liso.
La primera semana fue una pequeña obra de ingeniería en su cocina. Cambió galletas por nueces, yogures de sabores por natural, zumos por agua con limón. En el súper, se sorprendió al leer etiquetas y contar hasta 12 nombres distintos para decir azúcar. La OMS recomienda que los azúcares libres no superen el 10% de la energía diaria, idealmente el 5%. A Raúl no le convencieron las cifras, le convenció el cuerpo: la siesta dejó de parecer un rescate.
La explicación tiene poco de milagro y mucho de glucosa. Picos de azúcar altos implican subidas de insulina, y esos vaivenes empujan la energía primero arriba y luego a un valle, con el ánimo arrastrado. Al aplanar esa montaña rusa, el cerebro recibe señales más estables y la noche no se rompe por microdespertares provocados por hipoglucemias. Dormir mejor no es magia: es menos ruido interno, menos adrenalina a destiempo.
Cómo lo hizo sin volverse loco
Raúl se dio un plazo de 30 días y arrancó por la mañana. Desayuno salado: tortilla con espinacas, pan integral tostado, café sin azúcar y una pieza de fruta entera, no zumo. *Esto no va de prohibiciones eternas.* Es una estrategia: comer proteína y fibra temprano, beber agua antes de sentir sed y tener a mano un “plan B” para la merienda (queso fresco, un puñado de almendras, una manzana con canela).
El segundo movimiento fue domar la despensa. Fuera salsas dulces, dentro tomate triturado; fuera bollería “para visitas”, dentro chocolate negro 85% para un antojo pequeño. Todos hemos vivido ese momento en el que el dulce parece la salida fácil a una emoción. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Raúl hizo otra cosa: estableció horarios estables de comida y dejó de picar por aburrimiento. Los antojos bajaron de volumen cuando el estómago entendió el nuevo guion.
El tercer paso fue social. Dijo que no sin enfadar a nadie y aprendió a pedir alternativas sencillas en bares: yogur natural, fruta, café solo, agua con gas y una rodaja de limón. No dramatizó, y la gente lo siguió.
“Desde que dejé el azúcar, duermo mejor y ya no tengo bajones de ánimo”, repite Raúl, sin épica, como quien cuenta que cambió de ruta al paseo de la tarde.
- Regla casera: si los “azúcares” aparecen entre los tres primeros ingredientes, busca otra opción.
- Truco rápido: canela o vainilla para “engañar” al paladar cuando apetece dulce.
- Snacks de rescate: frutos secos crudos, queso, fruta entera, aceitunas.
- Plan social: propone compartir una tabla salada en lugar de postre.
Lo que hay detrás de un gesto tan simple
El azúcar no es un villano de película, es un amplificador de señales. En personas con sueño frágil o con energía que cae sin avisar, recortarlo actúa como bajar el volumen de fondo en una charla importante. El cuerpo deja de perseguir picos y valles, y aparece algo parecido a la estabilidad. El humor lo nota, la paciencia también.
Raúl habla de hábitos, no de penitencia. En dos semanas, el café le supo a café y una mandarina fue suficiente de verdad. Lo que ocurre es curioso: al bajar la exposición, el paladar recupera matices perdidos y lo que antes parecía “soso” gana profundidad. El descanso suma otra capa, porque irse a la cama con el sistema digestivo tranquilo ayuda al cerebro a encender su taller nocturno y hacer limpieza sin sobresaltos.
Hay días complicados. Hay cumpleaños, tardes largas, noticias que remueven. Raúl no se castiga cuando tropieza, vuelve a su guion al día siguiente y ya. En su nevera, el hueco que antes ocupaban los yogures dulces ahora lo ocupa un bol pequeño con frutos rojos de temporada. En su bolso, un sobre de canela y un paquete de frutos secos. En su cabeza, una frase que repite sin solemnidad: **dejar el azúcar** no le hizo perfecto, le hizo más sereno.
Una invitación discreta a escuchar el cuerpo
La historia de Raúl no busca convencer a nadie a gritos. Es una invitación silenciosa a probar cómo se siente un mes con menos sobresaltos internos, qué hace el sueño cuando no lo atracan a medianoche, cómo responde el ánimo cuando el día no es un tobogán. Cada persona tiene su mapa, su contexto, su ritmo. Lo que se abre aquí es la posibilidad de testar sin miedo, con curiosidad y un poco de juego.
| Punto clave | Detalle | Interés para el lector |
|---|---|---|
| Azúcar y sueño | Menos picos glucémicos, menos microdespertares nocturnos | Descansar mejor sin recurrir a pastillas |
| Ánimo más estable | Adiós a los “subidones y bajones” de la tarde | Días más previsibles y productivos |
| Estrategia práctica | Desayuno salado, leer etiquetas, snacks de rescate | Pasos claros que puedes aplicar hoy mismo |
FAQ :
- ¿Tengo que eliminar el azúcar de golpe o poco a poco?Puedes hacerlo gradual: reduce primero bebidas azucaradas y postres diarios. Algunas personas prefieren 30 días “limpios” para resetear el paladar.
- ¿Qué desayuno si siempre tomé bollería?Opción sencilla: tortilla o huevo revuelto, pan integral y fruta entera. Si vas con prisa, yogur natural con nueces.
- ¿Cuánto tarda el paladar en adaptarse?En 10-14 días muchos notan que los sabores se intensifican y lo muy dulce resulta empalagoso. La tercera semana es más fácil.
- ¿La fruta cuenta como azúcar?La fruta entera trae fibra y micronutrientes que modulan la glucosa. El zumo, aunque sea casero, se comporta más como azúcar libre.
- ¿Cómo manejo los antojos en reuniones sociales?Llega habiendo comido, pide opciones saladas y comparte. Un cuadrado de chocolate negro 85% puede cerrar el momento sin desbordarlo.









