Julio Basulto, dietista-nutricionista: “El secreto no es comer poco, sino dejar de picar entre horas sin hambre”

Julio Basulto, dietista-nutricionista: “El secreto no es comer poco, sino dejar de picar entre horas sin hambre”

Julio Basulto lanza una idea que corta el ruido nutricional como un cuchillo: no se trata de comer menos, sino de dejar de picar cuando no hay hambre. La promesa no es glamour, es práctica. Un gesto pequeño que cambia días enteros.

Son las 11:47, el correo no para, alguien deja galletas en la mesa común y tu mano se mueve antes de que te des cuenta. No había hambre, había pausa, nervio, costumbre. La primera galleta desaparece como si nada, la tercera ya ni la notas. Luego llega el pequeño reproche interno, un “¿por qué lo he hecho?”. Todos hemos vivido ese momento en que la boca necesita algo y el estómago no ha dicho ni pío. En una charla reciente, Basulto resumió el truco con una frase que no suena a truco. El hambre manda.

La idea incómoda: no es restricción, es silencio entre comidas

Comer poco no funciona si el resto del día es un goteo constante de bocados. Ese goteo no sacia, solo entretiene. El punto de Basulto no es comer menos, es comer con hambre real y dejar de “rascar” el antojo automático.

Piensa en Marta: desayuna a las 8, a las 12 “muerde” una barrita, a las 13:30 cae un puñado de frutos secos, a las 16 un yogur azucarado, a las 18 un trocito de queso “porque sí”. Llega a la cena sin hambre intensa, así que cena poco… pero a las 22:30 aparecen las galletas. Si lo miras en frío, ha comido muchas veces sin deseo físico claro. El piloto automático no pesa en la báscula, pesa en la cabeza.

Hay lógica fisiológica. El picoteo ultraprocesado dispara picos y bajadas de azúcar y deja la saciedad como un dial desajustado. Los estímulos visuales y el estrés disparan el antojo, no el hambre. La diferencia es sutil: el hambre crece despacio, se siente en el estómago; el antojo es urgente, emocional y localizado en la boca. La voz del hambre verdadera es más tranquila de lo que creemos.

Cómo dejar de picar sin hambre (y sin sufrir)

Una mini-estrategia que funciona: la regla de los “2 minutos + 2 vasos de agua”. Cuando notes el impulso, párate. Dos minutos de respiración nasal, dos vasos de agua, y pregunta: ¿tengo hambre en una escala del 0 al 10? Si es 6 o más, come; si es 5 o menos, pospón 20 minutos y cambia de estímulo. A veces el impulso se disuelve con un paseo corto o una llamada.

Otra táctica: “anclas” visibles. Deja fruta lavada a la vista, guarda los snacks en estantes altos y fuera de la encimera. Prepara una merienda deliberada para la franja conflictiva (por ejemplo, a las 17:30): un yogur natural con plátano y canela, o pan integral con tomate y aceite. Seamos honestos: nadie hace realmente eso todos los días. Aun así, hacerlo 3 de 7 cambia la semana.

Evita los dos errores más comunes: prohibir todo y saltarte comidas. La prohibición rígida crea atracón diferido; saltarse el almuerzo empuja al “picar sin hambre” a las 18. Mejor estructura simple: tres comidas que incluyan proteína, verdura y algo de saciedad lenta (legumbre, grano integral, fruto seco natural). Si desayunas sólido y con fibra, el antojo de las 11 baja mucho.

“El secreto no es comer poco, sino dejar de picar entre horas sin hambre.” — Julio Basulto

  • Usa una señal: antes de comer, respira 6 veces y revisa tu escala de hambre.
  • Diseña tu entorno: lo que no está a la vista, cuenta la mitad.
  • Planifica una merienda concreta si la necesitas; no cinco mini-mordiscos dispersos.
  • Hidrátate: sed y cansancio se disfrazan de antojo.
  • Duerme mejor: con 6 horas, el cerebro pide azúcar por inercia.

Un cambio pequeño que abre una puerta grande

Dejar de picar sin hambre no es una guerra contra la comida, es bajar el volumen al ruido. Cuando el hambre de verdad aparece, la comida sabe distinto, y sacia. La energía que se libera al reducir el “pica-pica” se nota en el humor, en el trabajo, en la relación con uno mismo. No es un reto épico, es una conversación diaria con el cuerpo. ¿Qué pasaría si durante una semana escuchas esa voz lenta y amable antes de abrir el cajón de las galletas?

Punto clave Detalle Interés para el lector
Distinguir hambre vs. antojo Escala 0–10 y pausa de 2 minutos Decidir con cabeza, no con impulso
Entorno que ayuda Fruta visible, snacks lejos Menos tentaciones, más calma
Meriendas deliberadas Proteína + fibra en franja crítica Saciedad real, menos picoteo

FAQ :

  • ¿Cómo sé si tengo hambre real?El hambre real crece poco a poco, se siente en el estómago y acepta opciones sencillas (una manzana te apetece). El antojo es urgente, específico y suele pedir algo crujiente, dulce o salado muy concreto.
  • ¿Y si trabajo a turnos y llego con antojo cada tarde?Fija dos anclas: una comida previa con proteína y fibra, y una merienda planificada. Lleva opciones simples (hummus con zanahoria, fruta y frutos secos naturales) y aplica la pausa de 2 minutos.
  • ¿El café “mata” el hambre o engaña al cuerpo?Puede atenuarla un rato. Úsalo como apoyo, no como sustituto de una comida. Si pospones siempre con café, el rebote aparece fuera de horario.
  • ¿Los edulcorantes ayudan a no picar?Pueden reducir azúcar, pero si mantienen el hábito de “algo dulce entre horas”, el impulso sigue. Mejor educación del antojo y merienda saciante.
  • ¿Qué hago en reuniones con comida por todas partes?Sirve agua o café primero, siéntate lejos de la bandeja, charla y decide: ¿tengo 6/10 de hambre? Si sí, elige algo y sírvelo en un plato; si no, espera 20 minutos y vuelve a preguntar.

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